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¿Por qué celebro el 18?

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En otras palabras, ¿por qué celebrar la fiesta de algo a lo cual no pertenezco por voluntad propia, sino por el mero azar? ¿Por qué celebrar un año más de algo que me parece tan a menudo ajeno, tan a menudo unos barrotes de una jaula, o el espacio reducido en el cual me es permitido moverme, el espacio  en el cual tengo la “libertad” de moverme porque eso y sólo eso es lo que determina mi origen social y mi bolsillo?

¿Por qué celebrar la supervivencia y la fortaleza de unos valores patrios en nombre de los cuales se han cometido atrocidades que siguen enorgulleciendo a algunos de mis compatriotas?

¿Qué independencia puedo celebrar cuando veo que un país es más bien el señorío de los intereses del capital personificados en un puñado de familias, intereses que convierten la vida de la mayoría en un abismo de deudas, trabajos mal pagados, frustraciones y desigualdades?

La celebración podría perderse, a modo de evasión, en un descontrol hedonista que me aleje de todo lo oficial, de “la chilenidad” y su olor a fascismo. Podría, también, refugiarme en lo local y aferrarme a mis certezas: los afectos verdaderos de las personas que amo. Mi familia.

Pero estas fechas también son la posibilidad de forcejear al discurso oficial y armarnos un dieciocho con un significado que sintamos verdadero, que nos genere la alegría genuina de ser chilenos y compartir una tradición común. Una tradición que nada tiene que ver con la historia de aristócratas y militares que nos contaron en el colegio. Que no reduce la cultura popular a la figura paternalista del roto y su picardía inofensiva.

Porque Chile, para mí, es otra cosa.

Para mí Chile es Violeta Parra y su misión desmesurada de llegar hasta las entrañas más profundas del campo chileno para rescatar las canciones cantadas y tocadas por generaciones de cantoras populares que jamás supieron qué era un acorde. Para mí Chile es Clotario Blest y su resolución –una lección de vida– de que la vocación religiosa no estaba entre sus prioridades y que su vida estaba en la rebeldía y en la lucha por la emancipación de la clase obrera.

Chile son las mujeres de Detenidos Desaparecidos (ellas son mis próceres de la patria) que, en el momento más oscuro, tuvieron la valentía y el coraje de los héroes y lucharon contra el terror, contra la violencia, contra la injusticia y contra el silencio de casi todo un país.

Chile es ese camión que aparece en La batalla de Chile atestado de trabajadores que estaban felices de poder, con su trabajo diario, derrotar el paro de camioneros que quería parar la producción del país en 1972. Es el militante del MIR expulsado de la organización por declararse homosexual, y que a pesar de todo sintió el deber de ir a La Moneda a defender a Allende.

Chile son los destellos inesperados de valentía y dignidad, como los del grupo de obreros que le gritaron a Pinochet en su cara que se vaya, que nadie lo quería allí, mientras visitaba los avances de la construcción del Congreso en Valparaíso.

Chile es Pablo de Rokha y su torrente poético que es también la expresión de todo lo desmesurado, apasionado y monumental de la cultura popular chilena. Chile es un joven –hijo de un obrero ferroviario y una profesora primaria– que, sin ningún posgrado en el extranjero, logra crear una de las obras más importantes de la poesía en castellano. Chile es también una profesora primaria haciendo clases en una escuelita perdida en el norte chileno y escribiendo en sus tiempos libres los poemas que terminarían por llevarla a ser la primera mujer en recibir el Premio Nobel de Literatura.

Chile es Víctor Jara cantando verdades con su guitarra. Cantando las penas y las alegrías de la clase obrera chilena, haciendo cercana con su voz una patria de los trabajadores.

Chile entonces se vuelve una historia de personas dignas. De personas reales que vivieron sus pasiones a concho, que sufrieron los embates dolorosos de la desgracia, y que lucharon. Pero sobre todo, Chile se vuelve una posibilidad: la posibilidad de que ese Chile oculto bajo la alfombra de lo oficial desborde la escenografía de cuarta categoría que nos quieren mostrar como nuestra patria y, de paso, haga trizas como un vendaval venido desde las raíces de la historia los pilares de este país de mierda hipócrita y despreciable.

Y, así, el dieciocho se vuelve la posibilidad de un Chile distinto. Un Chile que tiene que nacer desde todo ese pasado de hombres y mujeres ejemplares. Yo, en estos días, celebro ese Chile.


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